domingo, 10 de enero de 2010

Laberinto

Y aquí continúa la realidad...

Escribir sobre la realidad es una empresa irreal y absurda,
se avecina una tormenta,
quizás una tormenta de colores,
una tormenta de acuarelas,
una tormenta de calor, frío,
para regresar o para quedar atrapada,
quizás...

Escribir sobre la realidad es una idea,
escribir sobre mí es inevitable,
te alcanzan los instantes pasados,
los venideros,
te alcanzan las despedidas rápidas en medio de un acceso,
casi en una autopista,
se te escapan las distancias, los deseos y los planes imprevistos...

Te alcanzan y se te escapan en medio de un suspiro, como las gotas entre las manos,
como las lágrimas de los ojos,
caen,
la noche se fue,
y después del amanecer, el día llegó,
y allí estás, y aquí estoy,
y así es,
antes del anochecer oscureció,
y se desvaneció la oportunidad que teníamos,
por un instante,
cuántas lágrimas por una sonrisa...

Y en tus acordes, se escapan mis rimas y mi voz,
se hace un nudo que no aprendí a deshacer,
ya no sé escapar,
entonces vuelvo a temer,
no sé bien a qué, pero vuelvo a temer,
y escribir sobre la realidad se muestra absurdo e inútil,
no sé como son las cosas,
nunca lo supe,
la intuición se muestra insuficiente para resolver semejante acertijo,
y el laberinto que finalmente parecía conducir a la salida,
se muestra más grande de lo que creía,
y vuelvo a perderme, y a confundirme,
entre las palabras, entre los acordes,
en la tormenta y en esos soles de veranos, y de inviernos,
me confundo, me pierdo,
y no encuentro la forma de resolverlo,
la salida siempre está más lejos,
siempre es un espejismo,
y quizás esa sea la realidad,
la idea que tenemos de alcanzar algo que siempre se escapa,
que nunca alcanza, y se va mas allá...

1 comentario:

Carolina Wajnerman dijo...

Encriptada. La clave del laberinto siempre aparece encriptada, nos obliga a descifrar señales a cada instante, ¿cómo no asombrarse del amanecer?.
Nunca se acaba, no se termina de llegar a la puerta, ese hueco lleno de luz que nos imaginamos, ese cartel de llegada con los aplausos, los flashes y los laureles.
La única tormenta válida en los momentos en los que sólo deseamos ser un pájaro para ver ese laberinto desde arriba es la de colores.
No somos pájaros, y el laberinto es como es, como la realidad, que no deja de estar siempre más allá.

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